viernes, octubre 31, 2008

LA CAJA DE METAL © Andrea Felsenthal 2004

Se la habían regalado para alguna fiesta de tantas. Guardaba allí las pocas moneditas de los vueltos, de los tíos regalones, de lo que se encuentra por el piso. Era su pequeño tesoro y no pasaba noche sin que contara, una por una, las moneditas de la pequeña caja de metal.
Los años pasaron y cada vez más moneditas formaban su tesoro y por supuesto, cada vez más tiempo gastaba en contarlas, todas las noches, una por una. A las tres, a las cinco, a las siete de la mañana; se enfriaba el café con leche, la sopa de pescado, el aperitivo de las seis. Hizo falta otra caja y otra y otra más y entonces ya no hizo falta ni mujer, ni perro, ni sueños a deshora. Ya no hubo navidades, ni aniversarios, ni fiestas de esas como aquella en la que le habían regalado una caja de metal donde puso sus primeras moneditas y ahora tantas, que no pasa un solo día sin que las cuente, una por una, guardando la última monedita justo cuando dan las seis en el pequeño reloj de pared y se da cuenta, así como quien no quiere la cosa, de que si quiere que el tiempo le alcance para contar otra vez, una por una, todas las moneditas que posee, será mejor que se apure, que empiece cuanto antes, a las seis y cuarto, como mucho.

Andrea Fernández Felsenthal

Este cuento fue publicado en Urbs Licens, Diciembre 2004, Sant Cugat, Barcelona, España

Los Movimientos de la Luz


La puerta de hierro se cierra, la luz se aquieta, apenas percibe los movimientos sosegados de los agentes que hacen guardia esta noche. Aunque la oscuridad le asusta Pedro atrapa un poco de luz que se contonea cuando gira, fascinado, la cucharilla. Es lo único que no le negarán esta última noche, podrá pedir cuantas tazas le apetezcan. Pedro sólo ha pedido dos. De la primera ha bebido mansamente y sonriendo, en la segunda, sin dejar de sonreír logra captar los movimientos de la luz, el recuerdo de un río de infancia que sólo volverá a ver dentro de su taza de té.

martes, julio 22, 2008

Placeres-.-.-


En el final de La'Education sentimentale, Frédéric y su compañero Deslauries vuelven la vista atrás para contemplar sus vidas. Su último y favorito recuerdo es el de una visita a un burdel realizada hace muchos años, cuando ambos eran todavía unos colegiales. Habían trazado con todo detalle el plan de la excursión, se hicieron rizar el pelo especialmente para ese acontecimiento, e incluso robaron flores para regalárselas a las chicas. Pero cuando llegaron al burdel Frédéric se puso nervioso, y los dos huyeron corriendo de allí. Así fue el mejor día de sus vidas.

¿No será que la forma más segura de placer, nos dice implícitamene Flaubert, es el placer de la ilusión? ¿Acaso hay alguien que necesite irrumpir en el desolado desván del cumplimiento?

(De El loro de Flaubert, Julián Barnes)

jueves, julio 17, 2008

Vengo despacio




Vengo despacio, mirando los bordes irregulares del camino, sin proponerme lecturas, deviniéndolas en mí y por eso no es posible exteriorizarlas.
Vengo despacio y otra persona viene en mí, también despacio, jugando con el espacio de mi cuerpo y quebrando todo el sentido que las cosas habían adquirido.

Vengo con un ritmo desacompasado.