Rápidamente se modifican los horizontes que fueron un día, repentinos, el único lugar donde hospedarse. A veces, ese único horizonte era un gin tonic a una hora donde sólo se escuchaba el sonido de la humedad y aunque olía todavía a cigarrillo viejo, lo habíamos transformado en un buen lugar donde quedarse. El después de hora era eso. Un espacio de silencio para escucharse respirar.
De esta historia, que otros creerán vana y prescindible, otros olvidable y que ni yo misma sé cómo empezó, me detengo en este lugar donde quizás no haya nada que contar, pero donde sé que reside el horizonte en el que quiero permanecer esta noche.