La niña gimnasta llega al centro del escenario y al compás de la música comienza a bailar. Da tres vueltas en el aire y cae. La caída coincide con el último compás. El compás, es decir, la música, está a cargo del niño músico, que toca el piano en un rincón del teatro. La niña gimnasta mira al niño músico y piensa que le gustaría tocar así. El niño músico recibe los aplausos mirando de frente al público y de pronto, descubre entre los rostros, uno demasiado hermoso. El niño músico mira al niño hermoso que aplaude y piensa que a él también le gustaría tener ese rostro. El niño del rostro hermoso mira a su padre que aplaude en el asiento contiguo y piensa que a su padre le gustaría que él fuera como el niño pianista. Su padre es pianista y el niño hermoso piensa que le gustaría ser como su padre. La niña televisión los mira a todos, desde otro lado, desde otro tiempo, y piensa que le gustaría ser como todos ellos. Y a veces lo logra. Por eso no apaga nunca la televisión. Permanece en la sala todo el día. Sólo de vez en cuando se le cae alguna lágrima.
lunes, junio 18, 2007
sábado, junio 02, 2007
Lecturas de... llevamos demasiado tiempo sin escribir, eh??
* Contratiempos, Aidan Chambers
* Sangre de tinta, Cornelia Funke
* Dialéctica del titiritero en escena, Rafael Curci
* De los objetos y otras manipulaciones titiriteras, Rafael Curci
* Momo, Michael Ende (relectura)
* Océano Mar, Alessandro Baricco
* La tierra del fuego, Sylvia Iparraguirre
de las horas difusas
Habrá que detenerse en la esquina y mirar las casas altas que están más allá de la mirada cotidiana, elegir una, la más amarillenta y observar cómo cambia según va pasando el día.
Entonces, una tarde que mirás las ventanas sucias, una cortina se descorre y un rostro difuso te observa. No se distinguirá, sólo la luz de la tarde que se te escapará, aburrida. Pero cada tarde, cuando vuelvas y mires hacia arriba, más allá de los negocios y la gente que pasa, la cortina volverá a moverse y ese rostro sin forma, se te irá haciendo familiar.
Un día, tendrás que saludarlo, porque vas a creer que del otro lado te saludan. No estarás seguro pero no querrás ser descortés y agitarás la mano un poco disimuladamente, porque (y esto no es nuevo para vos) tenés un gran sentido del ridículo.
Otra tarde, ya mediando el otoño, cuando las sombras de las 7 son menos profundas, te atreverás a sonreír, porque habrás notado que también te sonríen detrás de la cortina, detrás del vidrio sucio, arriba de la calle principal.
Y un día, después de los saludos y las sonrisas, buscarás una puerta, apretada entre las vidrieras, un timbre, un buzón de correo.
Nada
No habrá nada, pero no podrás decir que no lo sabías. Y no te ayudará, entonces, preguntar al tipo de la zapatería por la gente de la casa de arriba, al de la farmacia, a la piba que te da los papelitos perfumados de la última fragancia en cuestión.
Después no sé lo que harás. Tal vez sigas pasando y levantando la vista interrogante. Tal vez cambies el rumbo para no comerte la cabeza con tamaño misterio.
Yo me sentaré a esperarte, como siempre, cada tarde, sobre las siete, a la hora en que la sombras adelgazan y hace un poquito más de frío.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)