
La niña gimnasta llega al centro del escenario y al compás de la música comienza a bailar. Da tres vueltas en el aire y cae. La caída coincide con el último compás. El compás, es decir, la música, está a cargo del niño músico, que toca el piano en un rincón del teatro. La niña gimnasta mira al niño músico y piensa que le gustaría tocar así. El niño músico recibe los aplausos mirando de frente al público y de pronto, descubre entre los rostros, uno demasiado hermoso. El niño músico mira al niño hermoso que aplaude y piensa que a él también le gustaría tener ese rostro. El niño del rostro hermoso mira a su padre que aplaude en el asiento contiguo y piensa que a su padre le gustaría que él fuera como el niño pianista. Su padre es pianista y el niño hermoso piensa que le gustaría ser como su padre. La niña televisión los mira a todos, desde otro lado, desde otro tiempo, y piensa que le gustaría ser como todos ellos. Y a veces lo logra. Por eso no apaga nunca la televisión. Permanece en la sala todo el día. Sólo de vez en cuando se le cae alguna lágrima.