La otra tarde acompañé a mi abuela que se iba; se puso su pañuelo azul en la cabeza, se calzó mejor las gafas, se enroscó la bufanda de punto arroz y se enroscó también al brazo que yo le ofrecía.
"La parada queda dos cuadras más allá", le dije.
Asintió con un movimiento delgado de cabeza y sonrió. Su sonrisa no era nada delgada.
En el camino me crucé con Leo que volvía de la facultad y charlé con él un ratito, el tiempo suficiente para que mi abuela se cansara de esperar y echara a andar ella solita calle arriba.
"Tu abuela se va", me dijo Leo mirando la espalda a la sombra del atardecer.
"¡Esperá, abuela, esperá que ya voy"
"No podés ir", me dijo Leo otra vez sin dejar de mi mirarla "tu abuela se va"
Y era cierto, el tiempo en la vejez pasa rapidísimo y con cada paso que mi abuela daba, una arruga nueva aparecía en sus pantorrillas, un temblor distinto en sus manos, un color más claro en su cabello debajo del pañuelo azul.
El viento del atardecer sopló como siempre y el pañuelo azul de mi abuela voló por los aires hasta mis pies.
"Ya está llegando", me dijo Leo levantando el pañuelo.
Mi abuela se giró para saludarme pero estaba muy débil y apenas pudo levantar su brazo que seguía temblando. Me miró con ojos vacíos y arrugas infinitas pero sonrió, lo juro, con la sonrisa más gorda y más radiante que le haya descubierto nunca.
La única lágrima que derramé fue a parar al pañuelo azul de mi abuela que todavía guardo en el bolsillo.
2 comentarios:
Cuando se van nuestros abuelos, especialmente cuando se va el último, es como que algo se nos rompe adentro. Es como que dejamos de ser chicos. Es como que se termina el último resabio de infancia.
Un abuelo hace que ese chico esté a flor de piel. Siempre se comunica con él. Después de que el último se va, depende de nosotros encontrar al chico que hay (en el mejor de los casos) dentro nuestro.
Dejá que una lágrima mia ruede hasta el pañuelo azul que hay en tu bolsillo.
Tengo tu lágrima.
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