LUNES ENCAPOTADO
Hoy, desde el ventanal enorme - y siempre cerrado - de mi oficina, pude ver cómo el cielo se encapotaba. Primero, bien temprano, apenas se encienden los ordenadores y te duelen los ojos del llanto del domigo, el cielo enrojecía las primeras nubes.Fue un espectáculo estrafalario y delicioso hasta que mi jefa bajó de un tirón los papeles que hacen las veces de cortinas. No vaya a ser que se distraigan y dejen de introducir albaranes y facturas con la eficacia de un pez. Más tarde y aprovechando un descuido de mi compañera, icé nuevamente la papeleta pero el sol del mediodía resecaba sus pieles - sólo acostumbradas a la resolana que se deja ver entre los toldos de las tiendas cuando se van de compras - y censuraron mis ganas. Fue sólo después, cuando las dos de la tarde acobardan los dedos cansados de tanto absurdo traqueteo que ellas - ya sin el sentido claro - no advirtieron otra vez mi último intento. Fue un movimiento rápido y eficaz. Allí estaba mi cielo. Entonces todas quedaron en silencio: el espectáculo era nuevamente delicioso, las nubes compactas y metálicas amenzaban lluvia y aunque fuera porque se habían olvidado el paraguas o porque se les mojarían los tacos de cuero puro comprados en rebajas en Passeig de Gràcia, aunque fuera porque aquella misma tarde irían a la peluquería o porque habían tendido la ropa o porque no podrían salir a su fuquin futin (sic.) habitual para bajar esos gramos que asoman debajo del ombligo, lo cierto fue que dejaron la cortina abierta y yo y mi felicidad disfrutamos en grande de nuestro cielo encapotado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario