-Busco al Señor Gray, Dorian Gray.
Le cerraban las puertas en las narices o se iba sin respuesta o por respuesta una risa o quizás alguna mirada baja pensara que aquello era una especie de clave que le habían dado a este pobre y desafortunado aprendiz de mafioso. Pero nada de eso. Este hombre a quien llamaremos Fortunato, pasaba las tardes leyendo y tenía la extraña convicción de que todo aquello que leía era parte de una realidad recortada, digamos robada. Intenté una y mil veces explicarle todo el asunto de la ficción pero no había caso, Fortunato seguía buscando al pobre Dorian Gray. ¿Pobre por qué? Nunca logré averiguarlo. Fortunato tenía la secreta convicción de ese viejo personaje sufría en algún lado.
Probó con Gray, y con Gatsby, con Raskolnikov hasta que un día, no me explico aún como, dio casi de bruces con Alonso Quijano que ya estaba un poco enclenque y fumaba pipa en un portal de una casa en venta. Fortunato festejó el encuentro con inmensa alegría y le habló a viejo Quijote de su búsqueda y de la gran melancolía que aquella infructuosa tarea le había deparado.
Quijano ni se inmutó. Aspiró de su pipa y le dijo casi en un susurro:
-Mírame muchacho, he buscado lo inhallable y he colmado de negra melancolía mi corazón. Ahora que ya no busco, me dedico a ser personaje y sentado en este portal envejecido, otros me leen, me reviven, me reinventan y me curan de tanta y tan profunda melancolía, esa es mi razón de estar. No me la cuestiones.
Fortunato, pensativo, encendió un cigarrillo, aspiró profundamente y se fue calle abajo. Una o dos veces se giró y saludó al caballero de la triste figura, pero este no lo vio, continuaba inmóvil echando humo de su pipa.
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