lunes, mayo 08, 2006

Epitafios de Medianoche - Cap 3


La ciudad se alza feroz. La mañana es tan febril, tan insoportablemente pegajosa que uno tiene la sensación de que la noche ha pasado de largo por acá. El asfalto ya amanece caliente y la humedad nunca abandona las baldosas rotas, las paredes despiertan impregnadas de sombras mugrientas y los ruidos insoportables terminan por ingresar en la escena. La ciudad vuelve una y otra vez a insistir sobre sus engranajes recalentados. Ah, porteños, la ciudad es para nosotros como una segunda piel, que, permanentemente en llagas, nos retiene en un duelo entre el dolor y la fascinación. Amaneciendo y vibrando se entretiene la Buenos Aires desnutrida y carnavalesca. Y nosotros confluimos en esta convergencia heterogénea de puntos cardinales y le damos una vuelta más al mecanismo infernal: el giro preciso de lo cotidiano cuando compramos el diario, tomamos un café en algún bar de mala muerte y después siempre andamos esperando que se haga la hora. Es así, la rutina siempre es así: un insoportable pasaje de mansedumbres donde nos movemos pisando las huellas que dejamos el día anterior. Nunca se detiene el tiempo, con el trabajo ocupamos esa extraña parte de “tiempo porque sí”, y después entre la facultad y algunas otras naderías, llegamos a las horas bajas del día.

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