No fue sorpresa encontrarnos nuevamente en el puerto. Creo que ambos lo sabíamos. Es decir, no hay razón para no creer en las casualidades, pero tampoco para negar que ahora, la casualidad no era más que un insolente artificio.
Se sentó en la baranda y alzó su mirada hacia el reflejo tenue y negro que producían las primeras estrellas en el agua. Tenía el libro en la mano pero esta vez no leyó nada, ni siquiera lo abrió. Me puse nerviosa. ¿Por qué tenía miedo de escuchar su palabra real, sin la máscara de la poesía ajena?
-¿Otra vez por acá?- me dijo - Veo que elegiste jugar en mi juego...
-¿Qué juego?Me contestó con una sonrisa apenas visible que se perdió en la oscuridad. Creo que notó algo de disturbio en mis movimientos porque, en camino a una especie de redención por lo que había dicho, volvió a reírse diciendo algo tan acuoso que no le entendí ni pregunté. Habló un rato de algunas cosas que no recuerdo y me invitó a caminar.
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